miércoles, 28 de mayo de 2008

3:30 am.

La noche era inerte silencio
Fría
Tan muda la noche hube de despertar.
Ni un perro se abrigaba en ladridos.
Ni un coche lamía el asfalto galopando raudo
Ni un vagabundo vociferaba miserias
Ni el mar a trescientos metros de mi ventana rasguñaba su orilla con su danza y su cántico constante.

Ciudad tácita, ciudad dormida, ciudad fantasma.

Tan mansa estaba la noche, que a kilómetros, escuché el sonido del tren a las 3:30 de la madrugada, aire nunca antes oído en mi habitación.
El pesado cobre asentado en el lomo del vagón conduciéndose sobre rieles que agudos gritaban metálicamente a su paso, y componían la cadencia que la noche silenciosa vino a susurrar a mi oído.
Tenue, dócil, pero claro, el tren sonaba a lo lejos.

¿Será así la muerte? Me pregunté. ¿Será así de sombría y confusa? ¿Será sentir que despertamos de un sueño en medio de la oscuridad de una noche lóbrega, taciturna y exánime y a lo lejos un tren seduce nuestros oídos soñolientamente para llevarse, luego, en sus vagones, atiborrado de otros y otras, entre frío, escepticismo e incomprensión, nuestra alma?

Me senté en la cama mientras pensaba, los pies descalzos colgaban del colchón sin tocar el desabrigado piso, luego, tanto espanto en mi, tanto silencio, tanto misterio terminaron por desvelarme.
Ya lúcida, refregaba mis pequeños ojos testigos de la sombría noche, para ese instante era pretérito el sueño y la somnoliencia, miro entonces resignada el reloj, ¿3:30am aún?, vuelvo a mis pies, pero ahora colgaban del vagón que lento avanzaba y los rieles despacio murmuraban un adiós ¿Podría acaso ser menos sombrío y confuso el desvanecimiento de ese maravilloso sueño del que desperté? Regañé. Mientras, la locomotora comenzaba a sonar más intensamente, convenciéndome, finalmente, de mi eterna partida.








La vida es un sueño.