Con delicadeza puso un pie en el piso, suspiró y se levantó de la cama, arropó tiernamente a su amante y tomó del buró una caja de cerillas con el nombre del ostentoso hotel que les albergaba y con la serenidad que le otorgó el buen sexo y la batahola de instintos que este le despertaba, prendió un porro mientras miraba por la ventana la pomposa vista que tenía la habitación.
Las interminables colinas bañadas en plata gélida, antecedidas por un frondoso bosque de intenso verde que dejaba oir entre sus resquicios los murmullos de almas y animales que habitaban en el lugar le dieron completa sensación de serenidad. Fuma, y su cuerpo se vuelve laxo, su sonrisa permanente y se felinamente elonga un poco de cara al bosque.
Sin poder conciliar el sueño paseaba por la habitación; tanto sexo, tantas emociones le abrieron el apetito y pidió servicio a la habitación una cantidad exuberante de comida, la más exquisita.
Comió con calma, monarca de esas cuatro paredes, su superioridad era obvia y se comportaba como tal, arrogante y con seguridad expeliente, reparó en abrir la ventana para acompañarse del aroma boscoso invernal, la imagen le pareció tan romántica que hasta creyó sentir amor por su efímera amante que descansaba entre sábanas de seda. Dejó la bandeja de comida a un lado y se dirigió nuevamente al buró, del que sacó un poco de cocaína. Con destreza inhaló y se volvió a sentar frente a la cama, mientras la brisa que entraba por la ventana seducia en suaves caricias su rostro y hacia danzar su cabello. Su líbido insegura se asoma, y en una orgía se fusiona con la arrogancia y la locura.
-Ahora te voy a cantar- le decía a su amante, quien a medio reaccionar le miraba con impavidez e impresión, sin hablar, sin moverse, sin chistar, solo recorriendo frenéticamente con la mirada la habitación y su acompañante.
-Si tan solo supiera tu nombre preciosa- decía en la silla, guitarra a cuestas. Ininmutable la mujer no respondía, su boca medioabierta no acusaron recibo de las palabras esbozadas, solo su mirada seguía registrando todo.
-traje una guitarra, te va a gustar esto, te va a impresionar, no lo olvidarás-
Desenfundó la guitarra roñosa que expelía olor a madera vieja, la apoyó sobre sus piernas aun desnudas, contra su torso aun desnudo también y entonces comenzó a afinarla despacito y con cuidado entre sonrisas regaladas a la muchacha de la cama. Un silencio, la mira con lujuria, suspira profundo y entona una canción improvisada como oda a su silueta, a sus pechos firmes y sus caderas sinuosas, su pelo castaño dócil y sus ojos marrones, a sus manos suaves y pies delicados, a su tez de alba inocencia y sus genitales ardientes y profanos.
Cantó un par de minutos poesía barata y vulgar, cantó y se aburrió, ya no era entretenida esta aventura, inhaló otro poco de cocaína. A pies descalzos vagó por la habitación, un olor metálico carcomió sus narices y se aburrió más, se puso el vestido de gala rojo, vistió sus pies con tacones altos y puntiagudos, cogió su larga y bella cabellera rubia en una sofisticada cola de caida aterciopelada, colgó sus alajas del cuerpo; aros, collar y anillos, y pintó sus labios de rojo sensual intenso que hacían más intensamente exótico y hermoso su rostro terso y pálido, como genuina porcelana.
Se miró en el espejo-como siempre, gloriosamente inocente- pensó, retocó los últimos detalles, cogió el bolso y destapó a la mujer en la cama, la olió desde los pies hasta la melena marrón, besó los labios glaciales del pseudocadáver y con el índice de su mano chapuceó en el charco de sangre que nacía en el cuello de la mujer agonizante y terminaba en la almohada empapada, llevó el dedo a su lengua y con los ojos cerrados suspiró.
– te dije que te iba a gustar- murmuró con desprecio al oído de la prostituta casi extinta que solo le quedaba la frenética mirada y algo de conciencia para ver como su asesina emprendía camino a la puerta con el vaivén refinado de las caderas de una mujer sensual, satisfecha, instintiva, feroz y animal, mientras guardaba en su pequeña cartera camino a la salida el puñal oxidado que la acompañaba noche a noche, habitación en habitación, víctima a víctima, sangre a sangre.