martes, 10 de junio de 2008

Tibio



Había esperado tu beso, con ansias lo había esperado.


Estaba yo, tranquila, esperando tu llegada, que sabía sería, que sabía.


Tus labios aterrizaron en los míos y le regalaron efímera calidez.


Me imaginabas cantando, como siempre lo he hecho, canciones siuticas que te he dedicado, yo te imaginaba dándome suspiros liados de amor. Mientras imaginábamos, tenuemente me besabas.

Sabía, sabía que correrías vertiginoso a mi, porque me amas, porque te amo.

Abriste vigorosamente las puertas a dos manos, bomboleando pasmadas quedaron tras de ti por el ímpetu de tu entrada.


Corriste, y te detuviste frente a mi, me observaste con tanto amor, con tanta dulzura. Tus ojos tenían esa incertidumbre de la vida que brilla cuando no sabes qué hacer, cómo actuar, y sobrellevando el lastre robusto de la duda y la conmosión que comprimían tu pecho miraste con devoción mi cuerpo, y me cogiste entre tus brazos dulcemente, separándome de la álgida lámina de métal que me cobijaba.


Con retazos de mar en tu rostro besaste por última vez mis labios, tus labios, después de haberme reconocido yacida sobre la lámina de metal en la fría morgue que resguardaba nuestro último beso, nuestro último encuentro, nuestro último adios.


Había esperado tu beso, con ansias lo había esperado, ahora, mi amor, descanso.

miércoles, 28 de mayo de 2008

3:30 am.

La noche era inerte silencio
Fría
Tan muda la noche hube de despertar.
Ni un perro se abrigaba en ladridos.
Ni un coche lamía el asfalto galopando raudo
Ni un vagabundo vociferaba miserias
Ni el mar a trescientos metros de mi ventana rasguñaba su orilla con su danza y su cántico constante.

Ciudad tácita, ciudad dormida, ciudad fantasma.

Tan mansa estaba la noche, que a kilómetros, escuché el sonido del tren a las 3:30 de la madrugada, aire nunca antes oído en mi habitación.
El pesado cobre asentado en el lomo del vagón conduciéndose sobre rieles que agudos gritaban metálicamente a su paso, y componían la cadencia que la noche silenciosa vino a susurrar a mi oído.
Tenue, dócil, pero claro, el tren sonaba a lo lejos.

¿Será así la muerte? Me pregunté. ¿Será así de sombría y confusa? ¿Será sentir que despertamos de un sueño en medio de la oscuridad de una noche lóbrega, taciturna y exánime y a lo lejos un tren seduce nuestros oídos soñolientamente para llevarse, luego, en sus vagones, atiborrado de otros y otras, entre frío, escepticismo e incomprensión, nuestra alma?

Me senté en la cama mientras pensaba, los pies descalzos colgaban del colchón sin tocar el desabrigado piso, luego, tanto espanto en mi, tanto silencio, tanto misterio terminaron por desvelarme.
Ya lúcida, refregaba mis pequeños ojos testigos de la sombría noche, para ese instante era pretérito el sueño y la somnoliencia, miro entonces resignada el reloj, ¿3:30am aún?, vuelvo a mis pies, pero ahora colgaban del vagón que lento avanzaba y los rieles despacio murmuraban un adiós ¿Podría acaso ser menos sombrío y confuso el desvanecimiento de ese maravilloso sueño del que desperté? Regañé. Mientras, la locomotora comenzaba a sonar más intensamente, convenciéndome, finalmente, de mi eterna partida.








La vida es un sueño.

miércoles, 2 de abril de 2008

La Vinka



Escuché un mito tiempo atrás, es acerca de mujeres, mujeres que cargan un gran dolor en el alma por culpa de un hombre, dicen que en una desconocida isla de México, un 17 de noviembre de no sé que año, una mujer, trastocada por haber visto a su marido con otra en la pomposa habitación que habían alquilado para pasar su luna de miel, se vistió con su traje de novia, agasajó su rostro, maldijo al patán que destrozó su vida y se internó en el mar para nunca volver a ser vista.
Desde ese día y para cada aniversario de su muerte, muchas mujeres, corroidas por el rencor y la venganza, embaucan a sus parejas para llevarlos a aquel paradisíaco lugar.
Es un secreto que se lleva en los ojos, la vitrina del alma, y como tal, refleja el tribulante andar de un corazón desdichado. Ese dolor lo descubre sagazmente una mujer que ha estado en la isla y en una subrepticia mirada reconoce a quién necesita saber el sacramento de La Vinka, como le dicen a la mujer que murió en el mar, amargada y ahogada en penas, y...

-Que pendejadas que me dices-Interrumpió de manera abrupta y sardónica Rocío.
Valentina, quien recitaba el mito, cual poema hiperaprendido, con la mirada en la nada de la lejanía y la taza de café en el aire desde que comenzó a hablar, quebró su estado transitorio de concentración y regañó:

- ¡Puta que erí mal educada! - dijo, con el ceño fruncido y posando sin alguna delicadeza la taza de café en su platillo, que acusó el malestar de Valentina y despidió la cuchara al piso; sonajero de loza en manifiesto de disgusto.- Aquí viene lo más interesante, cómete la media luna y me escuchas, que me di la lata de escucharte cuarenta y cinco minutos hablar sin parar y a mi me gusta este mito- Sentenció con dureza.

Cuando una mujer reconoce en los ojos de otra su desdicha, le revela el secreto, y de alguna quimérica forma llega a la isla con ese miserable que opacó su mirada, a las o:oo hrs del 17 de noviembre una mujer desnuda, hermosa, de penetrantes ojos negros y larga cabellera, camina por la orilla de la playa; ellos, quienes fueron llevados engañados para ser vengados por su traición, caen en un hipnótico trance y van en busca de la furtiva caminante. ¡Es un espectáculo! Decenas de hombres apareciendo por todos los resquicios de la isla, conglomerándose en un pequeño espacio de arena, caminando mecánicamente tras la misteriosa persona de perfecta fisionomía... En ese preciso instante la mujer que llevó a la muerte a su pareja tiene la oportunidad de perdonarlo, pues cuenta con la certeza que tras ese día jamás volverá a verlo, mas si el dolor, la ira y la miseria son superiores, cierras tu ventana y das la espalda para no volver a verlo más, mintras tras de ti él se introduce en el mar, siguiendo a La Vinka que desnuda, coqueta e irreconciliable se lleva consigo a una basta cantidad de hombres que jamás vuelven a ser vistos ni recordados...
Valentina toma un sorbo de café tibio, su rostro se contrae y traga de mala gana- ¡Otro porfavor!- le pide al mesero -¿Y? ¿Que crees?-Se dirige a Rocío.

-Que La Vinka me da miedo y que te veías profundamente ridícula con la taza en el aire mientras hablabas- prende un cigarro.

Un incómodo silencio impera en la mesa.
-¿Pero qué crees?- Interviene nuevamente Valentina.
-Que es un buen mito Vale, pero no sé por que me lo cuentas ¿quieres que ahogue a José?- se ríe a carajadas por cinco segundos y su rostro retoma la dureza que el dolor le impuso- Porque el muy infeliz se lo merece- da una fuerte aspirada al cigarro- tu siempre andas con tus analogías, tratando de hacerme pensar, como si fuese fácil tener claridad y objetividad en estas instancias, si esto se trata del perdón te prometo que me lo cuestiono todas las noches, La Vinka murió de amor, o desamor mejor dicho, pero... ¿es justo?- se reclina en el espaldar de la mesa y toma su cabello con ambas manos, suspira con pena y reclama- ¡No es justo po!-deja caer los brazos con fuerza sobre sus piernas- se inclina hacia Valentina y despacito pregunta- ¿Tu que crees?-

-Creo que tus ojos están opacos Rocío, que has llorado hasta el cansancio, que abusas de la autovictimización y te ves patética en ese papel, ¿crees que no sé que se siente? ¡Lo sé! ¡Lo sé bien maldita sea! ¡lo sé!- con un movimiento raudo le quita el cigarro a Rocío y fuma con fuerza, exhala el humo y con él la ansiedad que intentó gobernarla hace un segundo- y respondiendo a tu pregunta, creo que no es justo que La Vinka se haya ido en el mar, que no era ella quién debería haber muerto de pena, creo que te has desvelado muchas noches pensando una y mil veces que hacer con tu vida y te entiendo.-

-Si sé que me entiendes, pero yo soy diferente, soy...-

-¡Pero!- retoma su discurso, omitiendo la intervención de Rocío, quién casi como deporte acostumbra interrumpir- sin embargo creo fehacientemente que cerrar esta ventana fue la mejor decisión que pudiese haber tomado en mi vida, y estoy segura que anhelas ver el espectáculo de cuarenta y tantos hombres caminando en la arena tras un etéreo ser- Rocío se confunde, Valentina saca un billete de su cartera, lo deja sobre la mesa y finaliza- dejo en tus manos este secreto y tu sabrás si cerrar o no esa ventana que puede ser la solución a tu pesar o tu condena, pero creeme, tras esa magdalena que está vuelta un estropajo patético existe algo de fuerza, ira y frialdad que llevarán tus manos al cerrojo de aquella ventana que te conté para asegurarte tres, cuatro, cinco veces que está bien cerrada y darle la espalda y como poema de reinvindicación y vendetta terminar todo con un suspiro aliviante, mezquino, pero alviante.

Toma el último sorbo de café, le da unas palmadas de empatía en el hombro a Rocío y se marcha, dejando tras de ella el secreto develado y la puerta abierta para ser complice de una muerte más, que en las manos de su amiga cobraría justificación.

jueves, 28 de febrero de 2008

La esquina

En la esquina de Avenida Angamos con Club Hípico todo era un caos, la gente se conglomeraba de a goteras formando una masa uniforme que meneaba, estática en el piso, su cuerpo y mirada para esquivar los obstáculos que estorbaran entre sus ojos y los moribundos, mutilados y/o yacidos que alojaba el asfalto de la calle.
Las luces de colores querían ser alegría, sólo eran augurios de muerte y en trecientos secenta grados decían: ¡Aquí! ¡Aquí tenemos sangre!
Yo observaba medio confundido, veía gente corriendo de un lado a otro, luces rojas, paramédicos, carabineros y lágrimas por doquier. No alcanzaba el epicentro del evento pero por dios que intenté. Muchos estímulos de súbito me paralizan, me desorganizan y necesito un instante para organizarlos y construir la figura que forman, así me sucedió.
Estuve cinco minutos tratando, gente por aquí, gente por allá, me miraban extrañados, ¿por qué tanto interés? habrán pensado, un sádico hemofilicovoyerista deben haber concluido.
Un señor de verde y otro de azul me regañaban, ¡quédese en su lugar! Buscando parapetarme por medio de la intimidación, mostrándome las palmas de sus manos teñidas de rojo rezumante ajeno e insinunando ¡atrás! con sus ojos tan abiertos y su rostro sobrepasado.
Estuve, como recuerdo, cinco minutos tratando ver que sucedió, buscaba y depronto encuentro a Luisa.
Luisa, mi amor, Luisa y sus lágrimas, Luisa su angustia y sus manos ensangrentadas frente a mi.
¿Por qué? me decía llorando, ¿por qué qué? quería decirle, mas mudo siento que me elevo, mi cuerpo recostado sobre una camilla, la visión un poco más alta y veo a mis compañeros. Un segundo y recordé el auto, Rodrigo, Luis, Alejandro y yo, la velocidad, un grito de advertencia, el pánico, el impacto, el sonido del metal rechinando y torciéndose y mis manos firmes, sin embargo inútiles en el volante.
Un segundo y asimilo dos amigos muertos, uno moribundo y mutilado, y yo, agonizando, con el cuerpo infecundo de vida y la mente sirviéndome los últimos minutos de cordura para irme al infierno, despedirme con una mirada de Luisa que nada comprendía más allá de su vacío y mi partida y yo, que por cinco minutos creía ser voyerista y ahora sólo soy protagonico extinto.

En la esquina de Avenida Angamos con Club Hípico todo era un caos, la vida, que irónico, me dió un segundo para guardar la imagen de la campiña de sangre que legamos a la calle, mirar sus ojos eternos 
y entonces aumentar la cuenta a cuatro cadáveres.









No he tenido tiempo para escribir ni leer, me he sumido en un trabajo temporal (con panorama de estable si todo sale bien) que ocupa el 90% de mi tiempo útil y productivo.
Extraño pasearme por los blogs tan queridos y/o entretes (y/o deliciosos) como los de warren, william V, amorexia, mallén, góngora, carlos, cuchi, enemigo de la especie, vere, etc. pero bueno ¡todo sea por una buena razón! hay que mirar el vaso medio lleno dicen por ahi...
Un gran abrazo a todos y mis agradecimientos a los que mandaron sus buenas vibras en el post anterior...
Nos estamos videando, leyendo, parloteando por ahi.
Cariños
Paz.