powered by ODEOCon los ojos apretados, los puños aferrados a las sábanas y un sollozo de resignación aceptó despertar. Comienza el día y ella camina inerte entre la gente, con un respirar lento y pesado en el pecho. El aire le resulta espeso.
Siempre transportada a otro lugar, a otra realidad, con la mente atiborrada de historias de amor imposibles, camina torpemente por la vereda mientras escucha siempre la gastada canción que le recuerda a él, sus compases son más que familiares, las notas se impregnan en su piel, y la melodía le otorga una sutil sensación levitativa al caminar.
Va escuchando la gastada canción, la única almacenada en su pendrive y a lo lejos divisa una figura conocida; si, era él, detiene el paso perpleja, su cuerpo se paraliza, el corazón se enmaraña en espasmos y arritmias nerviosas y un frío comienza a emanar de éste cubriendo su cuerpo con una gélida sensación, enfriándosele hasta la llema de los dedos, los ojos, las mariposas de hielo en su vientre e incluso su voz, la que vidriosamente y tras un esfuerzo colosal logra tímidamente producir un quebradizo saludo.
Esos fueron sus treinta segundos de gloria durante el apático día. Recobra el calor corporal, el corazón retoma su ritmo abatido para continuar su andar torpe, acompañada de la gastada canción y ausente en mente funciona quién sabe como.
Llega la noche, la tan esperada noche, cierra la puerta de su habitación, con un resuello de tranquilidad sella lo que fue su patético día, y ahi, entre ínfimos metros cuadrados siente reencontrarse con la vida, en un cuchitril desordenado pero oloroso, en un espacio reducido siente rozar la sensacion excelsa de eternidad que proporciona la felicidad y el amor.
Por fin dormir, por fin encontrarse con él, por fin besarlo y sentir su piel, por fin tenerlo junto a si, por fin apagar la luz y solo soñar.
Cierra los ojos y su rostro se convierte en tibia porcelana adornada por su sublime sonrisa, repasa una, dos, diez veces los treinta segundos de gloria para retener cada detalle de este hombre que le despoja la vida bajo la luz del sol, pero se la devuelve al alero de las estrellas.
Repasa la figura de este hombre de penetrantes ojos azules, tan azules como el horizonte, donde el cielo y el mar se reunen, tan azules como el viento aterciopelado que sopla en primavera, tan azules como el anillo que delinea la luna llena donde se junta su luz y el infinito del universo... Recuerda sus labios rosados, ajados y pulcros a la vez, y su sinuosa nariz tan perfecta como el azul de su vista.
Construida la fotografía se entrega a la quimera, la cual para ella justifica su existencia y vive, vive, vive mientras sueña...
Solo así lo tenía, solo en espejismos construidos con el sudor de utopías y fantasías, solo asi alcanzaba a robarle un poco de azul y un beso tibio...
Estaba enamorada, enamorada hasta las tripas de un hombre que conocía en sus sueños, que durante el día veía lejano y distante enterrado bajo libros y divariaciones epistemológicas, mas esa distancia embelesaba su belleza, refinaba su idealización y a la vez lo hacía más remoto...
Y así durante largo tiempo esperaba con ansias aferrarse a las sábanas y delinear su rostro con una onírica sonrisa.
Día tras día comenzaba a odiar más el fulgor del día, los amaneceres y sus aves, día tras día el lobrego cuartucho se convertía en el cobijo casi celestial de su alma enamorada.
Miles de sueños, miles de escenas, miles de besos y apasionados encuentros habían protagonizado las películas nocturnas que con naturalidad construía inconcientemente.
Miles de noches, miles de sueños, miles de miles...hasta que henchida del profundo amor que sentía por ese hombre de ojos azules y labios ajados, extenuada por el frío turulato que obstruía correr hacia él para contarle cuantas noches la había acompañado, cuantos sueños había construido, cuantos versos le había escrito y cuanto amor había sembrado en su espiritu fértil, cansada llegó a su refugio, escribió el epílogo para su amarillento cuaderno repleto de versos, los más bellos que se han escrito, los más bellos que se han escuchado, indicó a quién entregar el cuadernillo y con su mano atestada de pastillas somníferas se llevó a la boca estos elíxires de muerte, el pasaje a su propio edén.
En tanto algunas pastillas desgarraban la garganta a su paso y otras se deshacían en su boca, una curiosa serenidad la embaucaba, la que se erigía sobre la certeza de que este sería su último sueño mas sería infinito, e infinitamente estaría junto a él, el hombre de ojos azules, tan azules como el infinito desnudado por la luna y tan azules como el último suspiro de vida de esta mujer onírica y enamorada.